martes, 19 de mayo de 2015

El abanico rojo

Es un abanico rojo. ¿cómo sabes que es un abanico? lo toco. Cierto, también lo toco yo y no sé qué es un abanico. Mi abuela dice que necesita el abanico como el comer y lo entiendo pues su transpiración es “muy” fuerte. ¿No tiene aire acondicionado? No le gusta, dice que le seca la garganta, si es verdad no lo sé o puede que chochee, pero  usa abanico. Es lo único que conozco que se despliegue así y, además, está su sonido, el del plisar de sus hojas. ¿De niño no ibas a la iglesia? No, no iba, siquiera estoy bautizado, ¿qué tiene que ver esto con la religión? Hay dos cosas que en la misa nunca he soportado, el sonido del ventilador y los abanicos, es un aleteo como de algo que se aproxima y nunca llega, me causa ansiedad, luego están las canciones cantadas a coro por ancianas, como de una ultratumba predecida que me estremecen hasta la fobia, salir de la iglesia es seguirle un día alterado sin apenas comer e hipersensible, por eso tampoco voy a misa.
Este tren sacude tanto como aquellos de antaño ¿Crees que vamos a tardar mucho en llegar? el trayecto es de casi de una hora, precisamente porque éste es el tren más viejo de todo el horario, si no hubiéramos perdido el anterior…. Ya, lo siento, me ha costado asearme hoy sólo con un brazo y la escayola no me dejó dormir. ¡Ah! no sabía que llevaras una escayola. ¿No te ocurre que te cansas de contar algo a tooodo el mundo? Si, pero hubiera entendido que llegaras tarde. Creí que dirías que siempre tengo excusa para llegar tarde. ¿Y cómo vas a tocar el violín? ¿Y cómo sabes tú que el abanico es rojo?


lunes, 13 de abril de 2015

Cumpleaños


Te deseo que pases un feliz cumpleaños. Te deseo que pases por delante. Te deseo que pases pasas posando pesas. Te deseo, Deseo, te deseo. Te deseo seseo en tu día. Te deseo o te poseo, no cabe duda que no te leo. Te deseo tanto como cuanto. Te deseo la luna y las estrellas como velas extenuantes. Te deseo feliz desliz anual. Te deseo velos de luz en tus dedos. Te deseo un haz superlativo en los buenos sueños.
Este año he recibido unas felicitaciones extraordinarias y extravagantes por mi cumpleaños, todas anónimas, como las sociedades que nunca estableceré. Estaban en la roja papelera de mi despacho. ¿Eran extravagantes por su vagancia extraña o ubicación inesperada? ¿Eran extraordinarias por el emplazamiento ordinario para otros menesteres? Lo eran en su contenido y semántica triunfal. Lo eran por su fuerza, su sinceridad e incoherencia fanática del amor ciego.
Había regresado del almuerzo por excelencia o autohomenaje anual, cuando desplacé la silla de ruedas de escritorio a un lado con la mano izquierda quedando la papelera al descubierto, así pude observar esos aviones de papel estrellados sin dolor sobre ésta. Comencé a desdoblarlos con la timidez de un primer encuentro, con miedo, con gana obstruida, con huroneo, con protección eyacular. Los fui leyendo uno a uno y luego de dos en dos, sin poder de tres en tres que ya era un cuarto de hora de ceremonia con el riesgo de ser descubierto por el entorno ofimático. Soy todo oídos y el deseo no ha cesado de rondar las cuencas donde habitan todas las felicitaciones inimaginables. El deseo se convierte en palpable en el momento de una felicitación para buenos augurios, mas se pierde a las 24 horas, y su resaca es coleccionable.

Levanté el rojo cubo con los brazos extendidos sobre mi cabeza, mirando hacia el techo todos los aviones cayeron sobre mí. La oficina al completo comenzó a aplaudir y sólo entonces comprendí que trabajar para las fuerzas aéreas no tiene límites etéreos.

martes, 10 de marzo de 2015

Elefante rosa

Lloraba como por resorte automático. Era un niño sano, por ello tal vez habría decidido no dar su brazo a torcer. La piscina era azul mas el agua adoptaba el color niño. El bañador probablemente también mimetizaría. Las pelotas y otros utensilios de juegos acuáticos parecían ser engullidos en su cromática paralela. No sabría decir por qué observaba todo este entorno. Es decir, qué importancia le otorgaba a todo cuanto geográfico húmedo lugar soñado se abstraía. Otro pequeño fue contagiado por los lloros, el primero enmudeció curioso al asir un minúsculo elefante rosa, con pato amarillo de goma, con su madre tranquila.

lunes, 17 de noviembre de 2014

La verdadera breve historia.


Asustada por una nube de mariposas, Adela se tropezó con el desayuno que tan cariñosamente le había preparado su padre. No pudo distinguir más que una de las voladoras coloreadas, el resto se hallaban tan despavoridas como en el aire. La elegida al extraño azar era azul al igual que los ojos de Adela, asimismo tenía un círculo negro en cada ala y en su centro alguna luz clara. Los ojos y la mariposa se hermanaron. La niña tomó el zumo de naranja aterciopelado posado sobre una flor, las galletas aletearon.


miércoles, 22 de octubre de 2014

Los pájaros también vuelan


Me despierto con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Hay aire bajo mis axilas y la aperturas de mi nariz están desbocadas. Los pies están inclinados, las rodillas flexionadas, mi sexo erecto hace de timón mientras los boxers funcionan como velas de navegación, las mismas que soñé esta noche rozar mi cara. Mi abdomen se halla hundido bajo unas costillas prominentes, desplegadas en mi pecho de vello moreno. Las nalgas, apretados colchones al viento, reciben las ráfagas de aire que la velocidad les propina. Volar es un vicio reciente en los círculos que frecuento. Si no vuelas no eres nadie y si eres alguien vuelas. Con todo hay muchos discursos en contra de esta práctica tan sana como arriesgada. Volar puede arrastrar la motivación del trabajador hasta el punto de desequilibrio social, si abusas de esta práxis te ausentas de tus obligaciones, ¡el país deja de funcionar por culpa de unos pocos snobs! Nuestro lema, los pájaros también vuelan, nos permite el primer impulso, repítelo tantas veces en tu mente, comienza a ser uno de nosotros.

Para Álvaro Pichó, un gran volador


Para Álvaro Pichó, un gran volador

viernes, 17 de octubre de 2014

Móviles


Hay unos bichitos voladores que, al escribir de noche, sobre la pantalla del teléfono se asoman y tropiezan. Todo está oscuro excepto el escritorio refulgente. Vuelan desde no-sé-cuál-lugar estos insignificantes kamikazes. He cerrado los ojos e imaginado antes de dormir qué vida tendrán una vez no haya luz. Los he intentado escuchar pero sólo alcanzo los ronquidillos de Álvaro y mi cabeza que apenas calla. Si saliera de la habitación descalza igual difícilmente los piso o me sigan.
Existe la probabilidad de la presencia de una colonia, o de que sean seres aislados, independientes como el músico de metro.
He matado en dos días ya unos cuatro con la yema del índice. Me asquea esta aniquilación bajo la presión de mi piel, sufro de lástima por destruir vida como si al ecosistema mi capricho afectase, no tanta desde la última invasión de cucarachas, la cual comenzó por un gesto de compasión unilateral, de respeto pretendido entre especies, terminando en una convivencia no deseada. Con estos pequeños insectos, mosquitillos de marras, se puede perder la capacidad de sumar, contabilizarlos y clasificarlos en especie, pues son ellos los que se esconden en su invisible existir hasta que enciendes una pequeña luz y se descubren.

Para acabar esta historia, en un intento de salvarla de un fin insecticida, cercando ideas hacia la sorpresa del lector, propongo a éste que se observe en el espejo de su baño antes de ir a dormir, con luz a ser posible de tocador y, aproxime la nariz a la superficie lisa buscando su reflejo tocar, echando sobre el mismo mucho vaho hasta que ese círculo blanco resultante de su respiración genere la opacidad sin imagen, tal vez haya de esforzarse en emitir mayor aire nasal, así se arrime completamente hasta chocar para que otro pequeño círculo se cree formando ese otro diminuto espejo dentro del opaco más grande. Llegados a este punto, si no ha comprendido las instrucciones recomiendo volver a leer el párrafo. Hecho lo cual, y entonces, sólo entonces, nótase ese frescor en la piel de la nariz que todos alcanzamos al hacer el tonto frente al espejo.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Otrora mora.



Has olvidado lo que pasó en Berlín. Has pensado de nuevo en presente perfecto. Has escrito: Dulces sueños vieja abeja dijo la comadreja. Después lo has borrado pues un segundo verso complicaría el poema que tanto deseas crear. Se te ocurría queja u oreja, ¡qué poesía tan compleja! Al pensar en moraleja ya tu estómago se retuerce y te tumbas en el sofá para ver la tv. Opacos son los sueños que manejas. Caes sobre la alfombra desde la mesanina y en la cuenta te levantas fuera de toda rima. Tu objetivo es impresionar al desconocido, te obcecas, te ofuscas, bostezas, te sumas de nuevo al desconcierto de dormir. Tu cuerpo se calienta, transpira, te remueves en un guión desbaratado, quieres llegar a la última consecuencia que el subconsciente aporte. Llaman al teléfono de casa, no puedes alcanzarlo, no quieres despertarte, suena y suena pero consigues sobrellevarlo hasta la extenuación, hasta que el tímpano sordo lo somete a pesadilla.  Hasta que del silencio un maullido te hace responder. Miau.